El Helenismo, la última racha de aire creativo griego, había multiplicado las maneras creativas y, por tanto, las sensaciones estéticas. La arquitectura clásica de los Siglos V y IV se fue nublando hacia edificios cada vez más complejos y cada vez más lejos de su partida. La escultura abrió un abaníco de posibilidades enorme, las escuelas de Pérgamo, Rodas, Alejandría y Atenas, imprimieron en las páginas de la historia del arte las obras más arriesgadas hasta el momento. Partiendo de su raíz clásica nacieron las esculturas envolventes, las escenas distorsionadas y a la vez organizadas por los "huecos", la tensión máxima del cuerpo, las anécdotas, el aire en las figuras...Dejando un ambiente artístico convulso y frenético.
Roma era ya ciudad cuando estas ciudades imaginaban a través de sus artistas. Roma era ya antes, pero serían su actitud ante el presente y sus ansias de querer protagonizar el futuro, las que la convertirían en el centro del universo histórico y artístico, al menos del universo occidental. Se hizo dueña del mediterráneo y lo explotó, nos regaló los caminos que utilizó, los puentes y acueductos, y nos trazó las calles, que seguimos transitando. Por eso y por transmitir con pasión y orgullo su herencia helénica, Roma es la ciudad de las ciudades.
Las siete colinas que la organizan son el escenario de un puñado de hombres irrepetibles, filósofos, políticos, historiadores y artistas. Y en estos últimos nos detendremos un rato.
El artista romano posee, entre otras, dos virtudes esenciales: capacidad sugestiva y narrativa, ya sea trabajando con planos arquitectónicos o tallando un bloque de mármol, y precisión y detallismo al copiar piezas griegas o al imaginar el nuevo presente. Y estas dos facultades brillan en la historia gracias a la luz que emana de su bandera vitrubiana: "firmeza, utilidad y belleza", es decir que todo debía ser resitente, útil para el Estado y los clientes, y bello (algo que viene en su genética artística griega).
Muestras de estas características son sus obras, como el Panteón de Agripa (27 a.c. - 128 aproximádamente), que es el único edificio antiguo que se explica solo, sencillo, extraordinario y orgulloso de sus cimientos y de su vuelo de líneas. También es evidente en el relieve de la Columna de Trajano (114 d.c.), donde el discurso del mensaje se ekilibra con los primeros experimentos de la perspectiva, sumado al detallismo de todas sus figuras. Este detallismo se expresa con honorabilidad en los retratos públicos de Octavio Augusto, y con fantasía en los privados de El Fayun, llegando a un punto muy por encima de la vulgaridad y muy cerca de un expresión sintética del estado del alma. Algo más que interasante.
El genio romano se transformó en la articulación de espacios suaves y en la manera de contar su paso por el tiempo. Y ese genio aún late en nuestra cultura artística.
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